Publicado el 10/2/2025, 12:49:38 | Autor: Un cibernauta milenario
En una época donde la humanidad seguía su curso sin prestar atención a las fuerzas que rigen el universo, una visión emergió con un mensaje inquebrantable. Se hablaba de un día en el que la justicia se haría presente, trayendo consigo un juicio que no haría distinciones. Los tiempos de la impunidad estaban contados y la llegada del Altísimo marcaría un antes y un después en la historia de los hombres.
La revelación describe un acontecimiento de magnitud inigualable. Desde lo alto, el Altísimo se acerca rodeado de una multitud celestial, seres de luz que lo acompañan en su descenso sobre la Tierra. No se trata de una aparición silenciosa ni de un aviso discreto. Su llegada es imponente, un evento que nadie podrá ignorar, pues su presencia llenará todo el mundo.
La naturaleza misma reacciona a este suceso. Las montañas tiemblan, los océanos se agitan y el suelo se estremece bajo el peso de esta manifestación. Todo lo que alguna vez se creyó firme y estable ahora parece insignificante ante la grandeza de quien ha venido a impartir justicia.
Para aquellos que han obrado con injusticia, la visión no deja espacio para la esperanza. Los que se apartaron del camino recto, los que ignoraron las advertencias y actuaron sin temor, verán con sus propios ojos el destino que les espera. No habrá escondite lo suficientemente profundo ni sombras lo bastante oscuras para escapar de la verdad que ahora se impone.
Las palabras de su boca juzgarán a los impíos, y sus actos serán testigos contra ellos.
Sus propias acciones serán su condena. No se necesitan testigos ni declaraciones, pues todo está registrado en el mismo tejido del universo. Aquello que fue sembrado ahora da su fruto, y la cosecha no admite rectificaciones.
Pero no todos temerán este día. Para los que han vivido con justicia, la llegada del Altísimo no es un castigo, sino el cumplimiento de una promesa. Sus caminos fueron rectos, su corazón permaneció firme, y ahora encuentran refugio en aquel que viene a restaurar el orden. Sus rostros no reflejan temor, sino paz, pues han esperado este momento con paciencia y confianza.
Es entonces cuando la luz brilla sobre ellos y la voz que todo lo gobierna proclama su destino. Se abre ante ellos un tiempo de seguridad, un reino donde la maldad ya no tiene cabida y donde la justicia es el único pilar sobre el que se sostiene la existencia.
Las palabras de esta visión no están dirigidas a una época concreta ni a una generación en particular. Se trata de una advertencia y una promesa que trasciende los siglos. La justicia no es un concepto pasajero, sino una fuerza inevitable que tarde o temprano se manifestará.
El mensaje es claro: el orden prevalecerá sobre el caos, y la verdad no podrá ser ocultada para siempre. La justicia no ha sido olvidada, solo espera su momento para revelarse.