Publicado el 10/2/2025, 18:24:37 | Autor: Un cibernauta milenario
Las revelaciones de Enoc no se limitaron al destino de la humanidad ni al juicio de los caídos. En su travesía, también le fue concedido un acceso único a los reinos celestiales, dimensiones más allá de la comprensión humana donde el equilibrio y la justicia reinaban en su forma más pura. Enoc contempló la estructura del cosmos espiritual, observando la jerarquía de los seres celestiales y las moradas destinadas a distintos propósitos. Su relato ofrece una descripción detallada de lo que existe más allá de la Tierra.
Para la mayoría de los hombres, los cielos son un misterio insondable. Sin embargo, Enoc tuvo el privilegio de atravesar estas dimensiones, guiado por seres que le mostraron cada reino y su propósito. En su recorrido, entendió que no existía un solo cielo, sino múltiples esferas de existencia, cada una con un significado único.
Enoc describió la existencia de umbrales o portales que conectaban el mundo terrenal con los reinos superiores. Estos accesos no podían ser cruzados por voluntad propia, sino que solo aquellos llamados por fuerzas divinas tenían la posibilidad de recorrerlos. Su viaje comenzó cuando fue llevado a través de uno de estos portales, dejando atrás la materialidad del mundo.
Al atravesar el primer portal, Enoc llegó a un reino donde el firmamento cobraba vida. A diferencia de la percepción terrenal, en este cielo las estrellas, el sol y la luna no eran simples cuerpos celestes, sino entidades con propósito y movimiento propio. Se le mostró que todo en el cosmos estaba regulado por leyes inquebrantables.
Enoc vio cómo el sol y la luna seguían trayectorias precisas, guiadas por principios que aseguraban la estabilidad del universo. Cada astro tenía su función, y su movimiento no era aleatorio, sino parte de una estructura perfecta.
Al avanzar más allá del primer cielo, Enoc llegó a un dominio de sombras. A diferencia del esplendor del primer nivel, este reino estaba marcado por la desolación. Aquí se encontraban aquellos ángeles que habían sido expulsados de la luz, pero que aún no habían sido confinados en el abismo eterno.
Enoc vio entidades atrapadas en un estado de angustia, privadas de su antigua gloria. No podían regresar a los cielos superiores ni mezclarse con la humanidad, condenadas a permanecer en una dimensión intermedia hasta el juicio final.
Tras abandonar el reino de los caídos, Enoc llegó a un lugar de indescriptible belleza. Allí se encontraba la morada de los justos, un reino donde la paz era absoluta. Era el destino final de aquellos que habían seguido el camino de la verdad, un lugar donde la vida continuaba en armonía eterna.
Los habitantes de este reino no experimentaban sufrimiento ni angustia. Todo lo que habían perdido en la Tierra les era restaurado en este lugar. La sabiduría y la paz eran las cualidades predominantes, y la comunión con el universo era completa.
Más allá del reino de los justos, Enoc fue llevado a un dominio donde las leyes del universo eran dictadas. Este era el tribunal donde se decidía el destino de cada ser, el lugar donde el equilibrio era evaluado y mantenido.
En este reino, cada acto de la creación era examinado. Nada quedaba fuera de la vista de quienes custodiaban la justicia. Aquí se determinaba el destino de los mundos, y el futuro de la humanidad era observado con precisión.
La visión de los reinos celestiales según Enoc revela la complejidad del universo más allá de lo visible. No existe un solo destino ni una única realidad, sino múltiples niveles donde el equilibrio es mantenido. Cada reino tiene su propósito, y el acceso a ellos depende del estado de cada ser.
Su relato deja una enseñanza clara: la existencia no se limita al mundo material. Hay dimensiones más allá de la comprensión humana, donde el destino de cada alma es determinado por su conexión con la verdad y la justicia. Lo que se hace en la Tierra no desaparece, sino que resuena a través de los cielos.